También llamado, dependiedo de la zona, «las casicas» o «campamentos».
Este juego recurre, en su mayoría, a la imaginación, puesto que las numerosas casitas abandonadas que hay alrededor de los pueblos sirven a los más pequeños para instalar sus campamentos, casas y tienditas.
Los niños se repartían en grupos (o familias, donde las niñas más populares solían hacer de madres y el resto de hijas u otros grados de familia) y montaban sus propias casas con piedras, y los restos de basuras o cualquier material que encontraban por los alrededores sirven como productos intercambiables en las diferentes tiendas imaginarias que se “construyen”.
Se trata de un juego integrador, ya que se forman familias entre los jugadores, lo que mostraba el interés tanto de chicos como de chicas.